domingo, 18 de abril de 2010

Pasaron los días, los meses, los trenes. Tú estabas en el andén pero no reaccionaste cuando el tren te escupió una bocanada de aire frío en la cara. El miedo te paralizó, agarrotando cada uno de tus músculos, acabando con todas las esperanzas de que esta vez fuese la buena. Te quedaste inmóvil, como tantas otras veces, sin ser capaz de encontrar el coraje suficiente para dar un paso y adentrarte con el resto de pasajeros. "Puede que un día ya no haya trenes que coger" te decían. Pero no podías evitarlo, el miedo te ganaba el pulso, siempre lo hacía, con una facilidad asombrosa. Temías lo que te podías encontrar, sentías el vértigo que da lo nuevo, lo desconocido. No eras capaz de subir y enfrentarte a ello, de comprobar qué es lo que realmente te esperaba allí y si ciertamente era algo malo, poder manejarlo cual maquinista, frenando el miedo lentamente, reduciendo la velocidad con la que recorre tu cuerpo, hasta llegar a ser tú quien le paralizase esta vez.


Pero te quedaste ahí, quieta, viendo cómo desaparecía otra oportunidad sentada en el último vagón de todos los trenes que dejaste pasar.

1 comentario:

  1. Qué vida más triste parados a ver los trenes pasar sin decidirnos a subir. Quizá haya llegado la hora y debamos correr para saltar a ese tren en marcha que aún no ralla el horizonte. Qué le den por saco al vértigo, que las puertas de los vagones siguen abiertas. La vida. Cúmulo de sensaciones. Qué vida más puta, pero a la vez, qué vida tan bella.

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