lunes, 12 de diciembre de 2016

Demasiados olores

Discutí con el otoño. Le dije que le odiaba. No le eché en cara lo que me no me dio sino todo lo que me había quitado. No entendí cómo se atrevió a hacerlo. Muchos de mis mejores momentos ocurrían en otoño. Le miré a la cara y le escupí toda la rabia que me quemaba. Lloví toda mi impotencia al ver cómo me dejaba sin abrigo. Me robó noviembre sin apenas darme cuenta. Aún así le habría perdonado un invierno de frío. Discutí con el otoño y le dije que no quería volver a verle. Pero su olor seguía ahí. Y con él, volvían todos los recuerdos. Las castañas asadas a fuego lento. Apreciabas nuestros intentos por asarlas en casa pero echabas de menos tus chascarrillos con el castañero mientras te calentabas las manos cada vez que atendía a algún cliente. Las setas sin embargo no te gustaban. Daba igual cómo estuvieran cocinadas, su olor no te agradaba, sólo te divertía ir a cogerlas. A mí me encantaba acompañarte. Pasar toda la mañana cogiendo nícalos porque eran los únicos que diferenciaba. A veces te miraba y te encontraba con los ojos cerrados respirando fuerte. Te encantaba esa mezcla de olores. O quizás parabas de vez en cuando porque al final te costaba coger el aire. Pero sin lugar a dudas tu olor favorito era el de la mandarina. Te entretenías contando las pepitas que te salían en cada una que te comías y siempre doblabas la cáscara para que el olor fuera más fuerte.
Nos dejaste en noviembre; y en otoño hay demasiados olores.



Colaboración en #relatosOlores una iniciativa de @divagacionistas

lunes, 14 de noviembre de 2016

Despierta

Despiértate, venga abre los ojos. Despiértate por favor. Dime algo, lo que sea. Joder di algo. ¿Has movido los ojos? Sí, sí los has movido, vuelve a moverlos. Venga vuelve a moverlos. Eres gilipollas, en serio eres un gilipollas. Voy a irme, te juro que voy a irme de este puto hospital y entonces vendrás diciendo que todo ha sido una broma, una broma pesada de las tuyas. No tiene gracia ¿me oyes? No tiene ninguna gracia. Y ese pitido, dios cómo odio ese pitido, pero es lo único que me dice que sigues vivo. Un pitido, un mísero pitido, tu voz se ha reducido a una mierda de pitido. Esto no se le hace a una amiga. Tenías que coger el coche, tenías que montarte en ese puto coche. Y qué, ahora qué, ahora no coges ni mi mano y aquí estoy yo como una auténtica idiota imaginándome que mueves los ojos. Me niego a que te quedes así, tú no eres así. Ya no te ríes, no puedes rendirte. Venga ríete, haz un esfuerzo. Te estoy tocando la oreja, te estoy tocando las dos orejas. Mándame a la mierda, venga mírame mal como hacías siempre que te tocaba la oreja. Despierta, despierta por favor y haz que yo despierte de esta pesadilla.

lunes, 17 de octubre de 2016

Miedo

Siempre he tenido miedo a morir. No a la forma de morir sino al hecho de que todo siga aunque yo ya no esté presente. Nunca se lo he dicho a nadie, pero mi abuelo lo sabía. No sé cómo, pero lo sabía. Y estoy segura de que también podía ver el miedo que me daba saber que un día él se iría. A mi abuelo no le asustaba que llegase ese momento, sólo pedía que cuando él no estuviese cuidásemos todos de la abuela. Por eso antes de marcharse, me dio la lección más importante de mi vida.


No tengas miedo a vivir. Lucha por lo que quieres, corre riesgos. Esfuérzate por hacerlo y ser mejor. Cae una y mil veces, levántate mil y una. Quiere a una persona, haz todas las estupideces que se te ocurran por ella. Haz lo que quieras hacer en cada momento. Pasa vergüenza, haz el ridículo. Equivócate por haberlo intentado, no te quedes con la duda de qué habría pasado. Ríe, llora, muérete de risa y también de pena... No tengas miedo a vivir. Pero eso sí, no todo vale chiquita. Vive de tal forma que cuando llegue el momento y eches la vista atrás, puedas morir tranquila.