viernes, 23 de abril de 2010

Newton nos engañó a todos, en realidad no era físico, ni matemático, ni tampoco astrónomo, era psicólogo. No penséis que nos mintió, la verdad es que iba dejando pinceladas que no hemos sabido interpretar.

Ley de la inercia: “si una fuerza se aplica a un objeto, éste adquiere la velocidad de dicha fuerza y avanza en un movimiento rectilíneo salvo que se le aplique otra fuerza distinta” (Explicación para los que como yo tenemos muy poca idea de ciencia, discúlpenme los que sí la tengan si no es exacta mi exposición) Por ejemplo, si tú vas, no sé, se me ocurre pilotando un avión a una velocidad constante, sin viento… y dejas caer una bola, ésta no caerá recta hacia abajo sino que seguirá la trayectoria del avión a menos que otra fuerza dé con ella.

¡¡Claro!! ¡Ahora lo entiendo! Nada de ley científica, esto es una ley de las relaciones de pareja como una catedral de grande. Sólo hay que saber reorientarla un poco. Chico conoce a chica, tras el pertinente tonteo-intercambio de móviles- quedadas, llega el enamoramiento. Ese estado tan genial, con esas mariposas tan revoltosas en el estómago, con esa sensación de ensimismamiento que llega a rozar el límite de la imbecilidad, ese estado en el que todo es un sueño, en el que viajas por una nube y te dejas caer, cual bola de un avión, de una nube a otra. Y en esa caída en la que todo es perfecto de repente aparece otra fuerza (una tercera persona) que hace que la dirección de tu movimiento cambie llevándote a una inevitable caída en picado (aceptamos ostia como sinónimo) que no hay ley física que la amortigüe.

Ay Newton, si es que en el fondo eras un romanticón herido…

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