Una compañera que me conozca tanto que sepa que hoy le escribiría un texto y a la que conozca tanto que sepa que ha estado metiéndose cada cinco minutos en mi blog.
Una compañera que comience nuestra historia en La Luna, como un flechazo entre resacas, sopas castellanas, suegros y primeros instantes juntas.
Una compañera con la que compartir reflexiones en La Alamedilla, por qués en el Bécquer, tardes de resaca, noches de concierto, descansos en exámenes… Que sea capaz de ir conmigo a cualquier lado; a cualquiera; a Zamora mismo a las diez de la noche; aunque no tenga sentido, aunque sea peligroso; que vaya sólo por el hecho de ir conmigo, de ir las dos a comernos el mundo.
Una compañera de piso que sea un salvavidas. Que esté ahí, siempre, andando a mi lado, amortiguando los golpes, evitando las caídas. Un apoyo sin el que no pudiera haber salido a flote de las aguas (dis)turbias que me ahogaban. Que la necesite, que me haga falta, que me pierda si sé que cuando llegue a casa ella aún no ha venido y no puedo contarle cómo me ha ido el día. Una compañera sin la que Salamanca no tenga sentido.
Una compañera que sea “la pajos”. Que lleguemos a tener tal complicidad que nos demos miedo porque siempre pensemos lo mismo. Que se venga a “mi país”, que sea cómplice de mis locuras, que comparta a los cantautores cachondos conmigo, que provoque mis carcajadas…
Una compañera de piso que sea el orgullo de sus padres. No, que sea algo más que eso. Que sea capaz de compensar “al” Cipri y a “la” Encarna de las ostias que a veces da la vida, porque todo lo bueno de los que desgraciadamente se quedaron por el camino está presente en ella.
Se busca compañera de piso… y se encuentra compañera para toda la vida. Feliz cumpleaños María.
Oye editora que he escrito un texto nuevo, ya me dirás qué te parece y si hay que cambiar algo, no te preocupes tienes tiempo, mucho tiempo.
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