domingo, 2 de mayo de 2010

Otro día más la rutina del metro. Prisas, jaleo, ese señor de negro no me da buena espina, trabajo, he vuelto a olvidar los informes, tengo que llamar sin falta a Irene, vale es verdad aquí abajo no hay cobertura. Subo en el mismo metro, en el mismo vagón de todos los días. Te busco, te encuentro, menos mal que tú también eres el mismo chico de rallas de todos los días, el mismo que me devuelve las sonrisas, el mismo que juega con mis miradas. El Mp4 empieza a aburrirme, tengo que acordarme de preguntarle a Irene si ha descubierto algún cantautor de éstos que nos gustan tanto a las dos. De repente las luces se apagan, agarro fuerte el bolso recordando los consejos de mi padre, el vagón se para. Dios lo que me faltaba, parón en el metro, éstos de Madrid tendrán de todo pero no viven, sigo recordando las palabras de mi padre. El señor de negro se pone de pie, empuña un arma. Veo cómo te levantas, pienso que estás loco, ¿qué coño haces cruzando el vagón?, me abrazas, me proteges con tus brazos. Yo me concentro en los latidos de tu corazón, van rápidos, demasiado, pero creo que no superan a los míos. Me pregunto si su rapidez se deben sólo al señor de negro o si el hecho de que puedas sentirme también te encoge el pecho, me pregunto si te ocurre lo mismo que a mí. No recuerdo muy bien cómo actuó la policía, hubiera sido una muerte tan dulce a tu lado que no me preocupé por el final. Lo siguiente que recuerdo es cómo tus labios se acercaban a los míos y me besabas lentamente, con cuidado, protegiéndome pero esta vez con tus suaves labios, besándome con la impaciencia de comprobar que estaba bien.

Un señor de negro… vaya celestinos más raros hay hoy en día.

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