domingo, 18 de marzo de 2012

II

- ¡Uy! Disculpe. Vaya empujón le he dado.
- No pasa nada.
- ¡Cómo que no, si le he tirado el café encima! Iba despistada y no le he visto. Lo siento.
- No se preocupe.
- Mi nombre es Isabelle. Trabajo en esa cafetería de enfrente. Si quiere puede pasarse esta tarde y le invito a un café. Prometo servírselo en la mesa, no en la camisa.
- Mi nombre es Vinni. Y no me perdonaría, ni yo ni todos los hombres de la tierra, rechazar un café de una mujer tan preciosa.


Era la mujer más bonita que había visto en mi jodida vida. Llevaba un vestido rojo ceñido, tan ceñido que el escote quitaba el sentido, el común y todos los jodidos sentidos. Guardaba el mar en sus ojos y el sol en su sonrisa. No podía creer que una diosa me hubiese concedido una cita así de fácil, ni siquiera tuve que pedírsela yo. No recuerdo cuándo fue la última vez que tuve una cita con una mujer, me refiero a una cita de verdad, de las que no se paga a la tía. Lástima que esa tarde tuviera trabajo. Llamé a Rick, por los viejos tiempos. Siempre nos gustó jugar con las fulanas sin que ellas se dieran cuenta de que en realidad éramos dos.




Fue demasiado fácil. Nunca falla, un poco de café por la camisa y cita al canto. Aún así, tendía que ir poco a poco, sino parecería una fulana, y necesitaba tiempo para saber quién de los dos era el gemelo rico. Quedamos varios días. Ellos actuaban como si fueran uno sólo. Yo también. Aunque la verdad, distinguirlos fue más fácil de lo que pensaba, uno de ellos no paraba de toser. Lo que sí me resultó difícil fue aguantar las náuseas cada vez que alguno de ellos me llevaba a la pensión. ¡Joder qué sitio más asqueroso! Aún así, aceptaba con una sonrisa cada vez que alguno me invitaba, me servía para conocer su terreno y sustraer toda la información y objetos que me parecían de utilidad.

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