Los diez de diciembre eran fiesta. Los martes locos no eran del telepizza sino de la noche salmantina. Toda esa explanada era un bosque. La cafetería con nombre de cantante era nuestra máquina del tiempo. La justicia era justa. La tercera ventana del ayuntamiento era donde siempre me cogías de la mano. Bajo aquel árbol es donde pasábamos todos los veranos en el campo. Tus besos empezaban en mi cuello. Los ladrones iban a la cárcel no a la política. Éramos felices.
miércoles, 7 de marzo de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Y lo podemos volver a ser.
ResponderEliminarGenial
ResponderEliminarprecioso...
sorprendido
abrazos