Aún no sé si llovía o era yo la que lloraba. Pero de pronto apareciste tú con un pañuelo y un paraguas. Siempre me han gustado las tormentas de verano. No me acuerdo de lo que hablamos pero tus ojos eran de un color castaño y por momentos verdes. ¿Castaños y verdes? Primera señal de que eras especial. No nos dimos los números, ¿en qué estaríamos pensando? Pero el destino quiso darnos otra oportunidad. ¡Qué leches el destino! Tú decidiste ir al concierto de Fito y yo también así que nos vimos, nada de destino, sino las consecuencias de nuestras decisiones. Esta vez sí, iba directa hacia ti para pedirte el teléfono y tú ya habías guardado mi nombre en la agenda preparado para apuntar mi número la próxima vez que nos viéramos. Segunda señal de que eras especial. No había ni un día que no nos viésemos y si no podíamos quedar nos encontrábamos cuando yo iba a comprar el pan. Tú siempre decías que pasabas por ahí y que nos encontrábamos por casualidad pero tú no sabías que el panadero me preguntó: ¿Quién es ese chico que se pasa rato y rato esperando en la puerta de la panadería hasta que llegas tú? Él… un chico especial, y ¿sabes? va por la tercera señal. El verano iba acabándose, los dos lo sabíamos pero ninguno se atrevía a decirlo. No me digas que me quieres si en septiembre te vas. Pero tú hiciste el verano más largo, te quedaste todo septiembre. Sí, eras un chico especial. Pero la despedida llegó y creo que hubiese dolido menos si no hubiese sido yo la que dijese te quiero.
jueves, 22 de julio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Fabuloso relato. El chico y tú, para contarlo de esta forma, son especiales. Hay gente que cuando se nos cruza en el camino nos ilumina y no importa tanto si esa historia dura un día o toda la vida. Besos!!!
ResponderEliminar