- Abuela coge el teléfono, ya dejo yo el jarrón en el salón. (El niño se sienta al lado de su abuelo) Abuelo, sigue contándome la historia que empezaste a contar ayer.
- Ah sí, la de ese mozo de mi pueblo. Era tiempo de recoger la cosecha y mi amigo se levantaba muy temprano para ir a ayudar a su padre en la huerta. Era una huerta preciosa, en la que habían plantado de todo: patatas, tomates, cebollas, acelgas, borrajas, pimientos… incluso gladiolos y margaritas. Mi amigo se encargaba de ir llevando a casa todo lo que recogían. Por el camino, siempre se las arreglaba para dejar una margarita en la ventana de “La Morena”, la moza más guapa de toda la comarca. “La Morena” debía su apodo a su melena negra como el carbón, una melena que le adornaba hasta la cintura y que olía siempre a romero. Todos los mozos de la zona le rondaban y en las fiestas se peleaban para ver quién la sacaba a bailar. Pero “La Morena” era mucha Morena y no bailaba con cualquiera. Mi amigo no se atrevía a decirle nada, sólo le dejaba la margarita en la ventana todos los días. Se quedaba embobado siempre que la veía pasar, con esos andares, con ese mover las caderas que quitaba la respiración a todos los mozos que por allí pasaban. Pero una mañana, una mañana, la vida de mi amigo cambiaría para siempre. Tras dejar la flor, oyó una voz que le preguntaba su nombre. Era una voz dulce, lo más dulce que mi amigo había escuchado nunca. Mi amigo no podía creérselo, “La Morena” estaba hablándole a él. Sus ojos le miraban a él. Si la gente viese esos ojazos no tendría más remedio que cambiarle el apodo, pensó. Esa noche, los mozos del pueblo no se pelearon pues mi amigo y “La Morena” bailaron juntos todas las canciones. Y así llevan más de 50 años, bailando juntos.
- Vaya, qué afortunado tu amigo, abuelo.
- ¡Ale chicos, a comer!
- Ya vamos abuela.
- Ya vamos Morena.
- Ah sí, la de ese mozo de mi pueblo. Era tiempo de recoger la cosecha y mi amigo se levantaba muy temprano para ir a ayudar a su padre en la huerta. Era una huerta preciosa, en la que habían plantado de todo: patatas, tomates, cebollas, acelgas, borrajas, pimientos… incluso gladiolos y margaritas. Mi amigo se encargaba de ir llevando a casa todo lo que recogían. Por el camino, siempre se las arreglaba para dejar una margarita en la ventana de “La Morena”, la moza más guapa de toda la comarca. “La Morena” debía su apodo a su melena negra como el carbón, una melena que le adornaba hasta la cintura y que olía siempre a romero. Todos los mozos de la zona le rondaban y en las fiestas se peleaban para ver quién la sacaba a bailar. Pero “La Morena” era mucha Morena y no bailaba con cualquiera. Mi amigo no se atrevía a decirle nada, sólo le dejaba la margarita en la ventana todos los días. Se quedaba embobado siempre que la veía pasar, con esos andares, con ese mover las caderas que quitaba la respiración a todos los mozos que por allí pasaban. Pero una mañana, una mañana, la vida de mi amigo cambiaría para siempre. Tras dejar la flor, oyó una voz que le preguntaba su nombre. Era una voz dulce, lo más dulce que mi amigo había escuchado nunca. Mi amigo no podía creérselo, “La Morena” estaba hablándole a él. Sus ojos le miraban a él. Si la gente viese esos ojazos no tendría más remedio que cambiarle el apodo, pensó. Esa noche, los mozos del pueblo no se pelearon pues mi amigo y “La Morena” bailaron juntos todas las canciones. Y así llevan más de 50 años, bailando juntos.
- Vaya, qué afortunado tu amigo, abuelo.
- ¡Ale chicos, a comer!
- Ya vamos abuela.
- Ya vamos Morena.
bonita historia. bonitos amores eternos. feliz día del libro!
ResponderEliminarAmores así cada vez se ven menos. Un abrazo
ResponderEliminarlindo :)
ResponderEliminarPerfecto relato. Qué original y qué bien contado.
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