domingo, 29 de agosto de 2010

Él era escritor o eso creía, estaba empezando a dudarlo. Se pasaba las horas en su habitación, prohibiendo que alguien le molestase, consumiéndose poco a poco. Ya no le quedaban amigos, ni nadie que siguiese a su lado, ni siquiera Olivia pudo soportar dejar de ser su musa. Sus novelas lo habían hecho cada vez más huraño, agresivo y amargo. En realidad no fueron las novelas sino el fracaso de las mismas. La casa olía a fracaso, Samuel lo sabía pero también sabía que el olor a alcohol y tabaco podía camuflarlo. Su decadencia cada vez era más visible, la amargura sustituía a la inspiración y cada línea que escribía parecía más un epitafio que algo que pudiera convertirse en una historia que mereciese ser leída. Sólo le consolaba ella, sólo su imagen a través de la ventana podía conseguir que por un instante Samuel levantase la cabeza de la mesa. Todas las mañanas miraba cómo se levantaba y se vestía, y todas las mañanas pensaba que él debería ser el hombre que la hiciese jadear. Pero ni siquiera ella era su musa. Hace tiempo perdió la fuerza que se necesita para dominar a los personajes, la fuerza necesaria para darles vida. Hace tiempo que perdió la fuerza para escribir su propia vida.

4 comentarios:

  1. En cierto modo, nos pasará, siempre hay instantes en la vida que se le parecen, ojalá y se quede en nada más que momentos. Me ha gustado la idea del relato, creo que deberías de darle más vueltas, mirarlo y mirarlo, y dejar que evolucione. Un beso

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  2. Vaya... La historia de mi vida.¡Y en sólo veinte lineas!

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  3. Desolador. Muy buen relato, muy logrado. Me transportaste y casi pude contemplar a Samuel aletargado.
    Un beso!

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