martes, 10 de agosto de 2010

Carlos sabía que no podía decirle nada, que no era justo. Fue él quien hace años se marchó sin dar ninguna explicación, no tenía derecho a contarle que ahora estaba enamorado de ella. Se conocieron hace ya seis años y él sin saber muy bien por qué decidió que ya no quería saber nada más de ella. Pero ahora era distinto, ahora trabajaban juntos y pese a lo ocurrido en el pasado, prefirieron hacer borrón y cuenta nueva. ¡Y qué cuenta! Carlos había descubierto en Lara todo lo que buscaba en una chica y cada día que pasaba se convencía más de que hace seis años no llegó a conocerla de verdad. Las sonrisas con las que Lara le daba los buenos días dolían y curaban al mismo tiempo, llegaban a hablar para contarle que cometió un gran error al irse de su lado. Pero Carlos estaba decidido, aunque le temblasen las piernas cada vez que lo pensaba, aunque no fuese justo, estaba totalmente decidido a pedirle a Lara que se fuesen juntos de vacaciones, hasta había reservado dos billetes de avión a Londres, ciudad de la que Lara no paraba de decir que quería visitar. Y llegó el gran momento, el último día de trabajo antes de las vacaciones. Pasaban las horas y Carlos seguía callado, sin atreverse siquiera a mirarla. Por fin se decidió y diez minutos antes de la hora del cierre, se levantó de su silla sin quitar sus ojos de los de Lara. Pero los ojos de Lara no le miraban a él, tenían un brillo especial y Carlos pronto entendió por qué. Un chico apareció por la puerta y abrazó a Lara. Carlos pensó que él debía ser quien la abrazase y casi sintió el calor de su cuerpo. Pero no era él quien la abrazaba y mucho menos quien la besaba. Lara estaba ensimismada, no podía creerse que Roberto estuviera allí. Roberto vivía en Toulouse y no regresaba a España hasta dentro de un mes, pero allí estaba, haciendo feliz a Lara y desdichado a Carlos. Pero aún quedaba algo más, la estocada final, Roberto sacó dos billetes de avión y se los enseñó a Lara. Ésta se fundió en un cálido beso agradeciéndole así que el destino fuese Londres. Lara apenas se despidió de Carlos, un simple hasta la vuelta. De todo lo que pasó ese día, eso fue lo que menos importó a Carlos, de hecho prefirió que no se despidiera pues no habría sido capaz de decirle nada, tenía la boca seca y el corazón helado. Y allí se quedó, de pie ante la mesa de Lara, viendo como ahora ella era feliz y como él se aferraba a ese pasado en el que era él quien la abrazaba.

1 comentario:

  1. las decisiones nos persiguen.. pudo no dejarla marchar hace años y pudo proponerle antes el viaje, pero no lo hizo...

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