martes, 21 de junio de 2011

Allí estaba ella, sentada en la mesa con un vestido rojo, como sólo las viudas negras saben sentarse. Y allí estaba yo. Después del pincho de tortilla, aquella mujer era lo mejor que había en el bar. Ella, con la tranquilidad que da el haber cometido un asesinato en una ciudad distinta a ésta. Yo, con la tranquilidad que da un café con dos azucarillos. Era ella, el caso estaba resuelto, sólo faltaba detenerla. Pero, ¿cómo detener a una mujer así? Podría susurrarle al oído estás detenida y esposar mi corazón a sus caderas. O podría pedir dos whiskys dobles, acercarme lentamente a su mesa y decirle con voz ronca: así son las cosas aquí nena, o te declaras culpable o te quitas el vestido. O podría dejarle una nota en la mesa y esperar en la puerta de atrás a que saliese corriendo. O quizás, podría quedarme un rato más observándola, vestida de rojo, comiéndose un pincho de tortilla.

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