Discutí con el otoño. Le dije que le
odiaba. No le eché en cara lo que me no me dio sino todo lo que me había
quitado. No entendí cómo se atrevió a hacerlo. Muchos de mis mejores momentos ocurrían
en otoño. Le miré a la cara y le escupí toda la rabia que me quemaba. Lloví
toda mi impotencia al ver cómo me dejaba sin abrigo. Me robó noviembre sin apenas
darme cuenta. Aún así le habría perdonado un invierno de frío. Discutí con el
otoño y le dije que no quería volver a verle. Pero su olor seguía ahí. Y con
él, volvían todos los recuerdos. Las castañas asadas a fuego lento. Apreciabas
nuestros intentos por asarlas en casa pero echabas de menos tus chascarrillos
con el castañero mientras te calentabas las manos cada vez que atendía a algún
cliente. Las setas sin embargo no te gustaban. Daba igual cómo estuvieran
cocinadas, su olor no te agradaba, sólo te divertía ir a cogerlas. A mí me
encantaba acompañarte. Pasar toda la mañana cogiendo nícalos porque eran los
únicos que diferenciaba. A veces te miraba y te encontraba con los ojos
cerrados respirando fuerte. Te encantaba esa mezcla de olores. O quizás parabas
de vez en cuando porque al final te costaba coger el aire. Pero sin lugar a
dudas tu olor favorito era el de la mandarina. Te entretenías contando las pepitas
que te salían en cada una que te comías y siempre doblabas la cáscara para que
el olor fuera más fuerte.
Nos
dejaste en noviembre; y en otoño hay demasiados olores.
Colaboración en #relatosOlores una iniciativa de @divagacionistas